Nuestro
mayor conocimiento del Creador y Su Amor (conocimiento representado
Moisés) hace posible la mayor conciencia de nuestra conexión con Él
(conexión representada por Aarón, el Sumo Sacerdote) para dirigir
cada aspecto y dimensión de la conciencia en los caminos y atributos
de Dios. Estos se manifiestan en el mundo material como medios y
arbitrios de Amor. Aarón como Sumo Sacerdote es ciertamente el
enlace en nuestra relación con el Creador aunque es Moisés, como
nuestro mayor conocimiento de Él, quien habilita esta conexión. Si
nuestro conocimiento del Amor de Dios es menor, igual lo será
nuestra conexión con Él. Este conocimiento es la premisa para
concebir quiénes somos y cuál es el nuestro propósito en la vida y
el mundo material. Cuando no lo tenemos las fantasías e ilusiones de
ego toman control de la conciencia. Esto sucede de inmediato
porque todos los niveles de conciencia deben estar ocupados todo el
tiempo con lo que elijamos poner en ellos en términos de ideas,
creencias, pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e
instintos. Esta es la manera como funciona porque es parte de la
naturaleza humana.
Debemos
ser conscientes constantemente de nuestro conocimiento del Creador y
Su Amor, ya que de ello depende no sólo nuestra conexión con Él
sino nuestra identidad y destino como Sus elegidos. Esto explica el
versículo, “Cuando el pueblo vio que Moisés se tardaba en
descender del monte, el pueblo se congregó contra Aarón y ellos le
dijeron: 'Ven, y haznos dioses [ídolos] para ir tras ellos
porque este hombre, Moisés, quien nos trajo de la tierra de Egipto,
no sabemos qué le pasó a él'.” (Éxodo 32:1) y el Amor
de Dios anima nuestro conocimiento de Él a conducirnos en Sus
caminos: “Y el Eterno dijo a Moisés: 'Ve y desciende,
porque tu pueblo que trajiste de la tierra de Egipto ha actuado
corrompidamente” (32:7) porque con nuestro conocimiento de los
caminos del Creador podemos disipar las ilusiones que corrompen
nuestra verdadera Esencia, identidad y destino. Nuestros Sabios
explican que las palabras en hebreo y arameo para “ídolos”
también significan “moldes” de los que se hacen “máscaras”,
para enseñarnos que las máscaras que llevamos son los ídolos que
seguimos en vez de los modos y atributos de Amor como nuestra
verdadera Esencia.
Seamos
conscientes de que las ilusiones y fantasías de ego en el mundo
material, al igual que la maldad, son solamente referencias para que
podamos ejercer el libre albedrío y elegir lo correcto. No están
ahí para que nos apeguemos a ellas o seamos sus esclavos, no importa
qué tan tercos seamos para caer en sus placeres pasajeros: “Y
el Eterno dijo a Moisés, 'He visto a este pueblo y he aquí que
son un pueblo de dura cerviz'.” (32:9) Los judíos somos
intensamente apasionados en todos los aspectos, rasgos y niveles de
la conciencia. Esta es la mayor cualidad positiva siempre y cuando la
dirijamos en los caminos y atributos del Creador. Seamos tercos e
inflexibles en nuestro destino de convertirnos en la bondad y las
bendiciones del Amor de Dios, y tener el honor y privilegio de ser
los emisarios de Sus caminos para hacer de este mundo material una
morada para que Él viva entre nosotros. Ver en este blog
nuestro comentario sobre
la parshat Ki Tisá: “Entre las fantasías de ego y
la verdad de Amor” el 13 de febrero 2011.
El
Amor de Dios, de donde emana nuestra Esencia e identidad, debe ser
acogido con todas nuestras fuerzas y con la pasión más intensa en
todo lo que discernamos, penseamos, sintamos, expresemos y hagamos.
Una vez entronizamos Amor en todas las dimensiones de la conciencia,
transformamos todas las ilusiones materiales en la verdad que son sus
modos y atributos. Este es uno de los significados ocultados del
versículo, “Entonces él [Moisés] tomó el becerro [de
oro] que ellos habían hecho, lo quemó en fuego, lo molió
en un fino polvo [de oro], [lo] esparció sobre la
superficie del agua, y [lo] dio [a] los hijos de
Israel para que bebieran” (32:20) porque la fuerza motriz
intensa y apasionada (oro) de ego (el becerro) debe ser
transformada (“quemada en fuego”, sublimada por los
caminos y atributos del Creador mediante el fuego de Su Amor) a
través de humildad (“polvo”) en nuestra
conciencia (“la superficie del agua”, y agua como
pensamiento o capacidad cognitiva) con la que dirigimos todos
sus rasgos y cualidades (los hijos de Israel). En este
sentido, el oro representa el más intenso y apasionado impulso para
estar cerca del Creador, mientras que la plata corresponde a nuestro
discernimiento, y el cobre a nuestras emociones, sentimientos,
tendencias e instintos.
Vivir
en el plano de las ilusiones materiales tratando de hacer prevalecer
los atributos de Amor entre tales ilusiones de hecho se vuelve una
guerra constante, hasta que hacemos que Amor gane sobre los aspectos
negativos de la conciencia: “Y Moisés vio al pueblo, que
estuvieron expuestos, porque Aarón los había expuesto para caer en
desgracia ante sus adversarios” (32:25) Cuando somos
traicionados y caemos en desgracia por las fantasías de ego, nos
apoyamos en la bondad de Amor que nos sostiene como nuestra verdadera
Esencia: “Entonces Moisés se paró en la entrada del campamento y
dijo, 'Quien esté por el Eterno, ¡[que venga] a mí!' Y
todos los hijos de Leví se congregaron alrededor de él”
(32:26) porque los levitas representan las cualidades positivas
en nuestra conciencia que nunca traicionan los modos y atributos de
Amor, como conexión permanente con el Amor de Dios. En este
conocimiento luchamos con y por los atributos de Amor contra sus
contrarios que son los rasgos destructivos de las ilusiones
materialistas de ego.
Nuestros
Sabios dicen que la transgresión del becerro de oro fue planeada por
el Creador para enseñarnos dos cosas. Una, que sin importar las
decisiones negativas que tomemos, podemos siempre retornar a Su Amor.
Israel tuvo que vivir la experiencia de elegir lo peor de todo (caer
en la idolatría de las ilusiones de ego y cometer las más terribles
transgresiones en su nombre) para enseñarnos que podemos renunciar a
ellas eligiendo retornar a Sus caminos y atributos. La otra es que Él
confirmó esto al revelarnos (a través de Moisés) Sus atributos de
misericordia (34:6-7) ya que en ellos aprendemos a
conocerlo a Él, y mediante este conocimiento nuestra conexión con
Él. Reflexionemos sobre este versículo previo a Su revelación a
Moisés: “Entonces Yo quitaré Mi mano y tú verás Mi
espalda, pero Mi rostro no será visto” (33:23) Nuestros
Sabios explican que Su “espalda” es lo que vemos que Él ha hecho
(Su Creación) y Su sustento de esta. De hecho, conocemos al Creador
a través de Sus obras, aquello que deja Su mano, y que contiene Su
Amor.
Cuando
entronizamos Su Amor como Sus caminos y atributos en todos los
niveles de conciencia, los irradiamos en nuestros rostros como
reflexión de nuestra verdadera Esencia e identidad: “Entonces los
hijos de Israel vieron el rostro de Moisés, que la piel del rostro
de Moisés se había vuelto radiante, y volvía Moisés a poner el
velo sobre su rostro, hasta que [otra vez] entraba a hablar
con Él” (34:35) porque cuando estemos llenos del conocimiento
del Creador (como lo estaba Moisés) lo manifestaremos (irradiaremos)
en lo que creamos, pensemos, sintamos, expresemos y hagamos.
Este
es el legado de Israel, nuestro legado como judíos, nuestra herencia
como el Pueblo elegido, el Pueblo de la Torá. Aun es nuestra
elección abrazar ese legado. El Profeta nos lo recordó en los
viejos tiempos, y nos lo recuerda ahora: “Y Elías se acercó
al pueblo y dijo, '¿Hasta cuándo vais a pasar
entre [sobre] dos ideas? Si el Eterno es Dios, id tras
Él; y si es Baal, id tras él'. Y el pueblo no respondió
palabra.” (I Reyes 18:21) ¿Tampoco nosotros
respondemos ni una sola palabra? Se trata de la verdad de los
modos y atributos de Amor o la falsedad de las fantasías e ilusiones
de ego. La elección es nuestra.