Tzav continúa
detallando las ofrendas para presentarlas al Creador con el fin de
estar cerca de Él. Hemos mencionado (ver nuestros comentarios sobre
la Parshat Tzav: “El Fuego Eterno” del 23 de
marzo, 2010 y “El Fuego Permanente del Amor de Dios” del 13
de marzo, 2011 en este blog) que
en este proceso tres partes están involucradas: el que trae la
ofrenda, el sacerdote y el Creador, y el propósito es la unificación
de los tres.
Realizamos esta unión integrando al Creador en nuestra conciencia a mediante Sus caminos y atributos, que son Su Amor por Su Creación. Después de todo, Él está más allá de nuestra comprensión y nuestra única forma de “conocerlo” a Él es a través de Su Creación, y las maneras en las que Él la dirige y la sustenta.
Realizamos esto mediante el conocimiento de nuestra conexión con Él, y el Sumo Sacerdote representa ese conocimiento. Nuestras ofrendas son todos los rasgos y cualidades de nuestra conciencia (que abarca todos los aspectos de la vida que nos dio el Creador) para elevarlos a Su servicio a través de Sus modos y atributos, y lo hacemos mediante Amor que es nuestro nexo con Él.
Reflexionemos en torno a las palabras de Maimónides, el Rambám, respecto a las ofrendas.
“La ubicación del Altar está exactamente definida y nunca cambiará. Es una tradición establecida que el lugar donde [el rey] David y [el rey] Salomón construyeron el Altar sobre el suelo de Arona es el mismo sitio donde Abraham erigió un altar y ató a [su hijo] Isaac en él; este es donde Noé levantó [un altar] cuando salió del arca; este es donde Caín y Abel trajeron sus ofrendas; este es donde Adán, el Primer Hombre, ofreció un korbán cuando fue creado [por Dios], y de [la tierra de] este lugar fue creado. Así los Sabios han dicho: 'el hombre fue formado del lugar de su expiación'.” (Mishné Torá, Leyes del Templo Sagrado, capítulo 2).
Nuestra vida y todo lo que abarca son las ofrendas, el lugar es nuestra conciencia mediante la que conocemos al Creador, y hemos dicho que expiación es el proceso de transformación de la ignorancia y separación de Él a la certeza de que estamos unidos a Él. Esta transformación ocurre con la intervención del fuego Divino, que es el Amor de Dios.
Análogamente, el proceso es similar al efecto del fuego como catalizador para transmutar un estado a otro con un propósito específico. En este sentido, una fiebre tiene el potencial de alterar una condición física para bien o para mal, pero visto de otro modo podríamos decir que “no hay mal que por bien no venga”.
El sacerdote enciende el fuego en representación de nuestro Amor ardiente para unirnos al Creador, que a Su vez provee Su fuego para nosotros. El proceso de elevar nuestra vida a Él de hecho implica expiación como medio para purificar todos los aspectos de la conciencia para transformarlos en las vasijas vacías que el Creador llena con Sus modos y atributos.
Entonces tenemos dos catalizadores: el sacerdote como conocimiento permanente de nuestra conexión con Él, y nuestro Amor como la Esencia que añora estar cerca de Él. Es así como las ofrendas son sublimadas al Creador.
Adán, el primer hombre, tenía esto más claro que nosotros porque estaba solo con el Creador, y asimilaba con más facilidad su conexión con Él. Caín y Abel lo hicieron a través de sus respectivas experiencias en el mundo material. Abel lo hizo con su conocimiento mayor de la Presencia Divina en Su Creación, y Caín con su vivencia de ego, de los sentidos e instintos. Caín y Abel representan la conciencia humana dividida en contradicción, fraccionada en dualidad, como resultado de la transgresión de su padre Adán.
Las ofrendas de Abel fueron preferidas porque este elevó todo el potencial de bondad en el mundo material al servicio de los caminos y atributos del Creador como nuestro propósito en la vida. Las ofrendas de Caín no fueron consideradas porque prefirió las ilusiones y fantasías de ego, y la sensualidad (representada por la vida vegetal) como propósitos de la vida.
Noé tenía la misión de unificar la conciencia fraccionada en dualidad, pero la dividió aun más a través de sus hijos, Shem (la conciencia superior correspondiente al sacerdocio), Yafet (la mente consciente con potencial de discernir lo correcto de lo incorrecto), y Jam (el apego a la sensualidad y a los aspectos potencialmente negativos de los niveles inferiores de la conciencia).
Por su propio discernimiento, nuestro Patriarca Abraham concluyó que la conciencia humana está destinada a actuar y expresar todos sus aspectos y dimensiones como vehículo unificado y armónico para manifestar la Unidad del Creador y Sus caminos y atributos en Su Creación. En esta realización, Abraham y su hijo Isaac ofrecieron ambos sus vidas al Creador en pleno conocimiento de que todo proviene de Él y pertenece a Él, y por tanto no hay espacio para las vanidades y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego.
En este mismo conocimiento Jacob apreció el legado de sus padres Isaac y Abraham como el destino que realizarían sus descendientes. Este es nuestro destino como legado y herencia, y para realizarlo seamos conscientes de que el linaje de Israel proviene de Shem a través de Abraham, Isaac y Jacob, y somos herederos del sacerdocio que representa el mayor conocimiento del Amor de Dios, cuyos caminos y atributos dirigen Su Creación.
Nuestros Patriarcas eligieron este destino para ellos y para nosotros sus descendientes, por lo cual igualmente debemos elegir retornar al Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad que nos hace diferentes de las otras naciones. Elegimos de vuelta nuestro sacerdocio porque el Creador nos encomienda ser una Nación de sacerdotes para proclamar en la Tierra Su soberanía, que es Su justicia y rectitud. Estas son también las manifestaciones materiales de Su Amor con el fin de guiar en Sus caminos a todas las naciones.
Individualmente interiorizamos este Mandamiento como dirección y guía de todos los aspectos de la conciencia en los caminos y atributos de Amor, contrarios al dominio y subyugación negativos de las fantasías e ilusiones materialistas de ego, representadas por las “naciones” y “pueblos” de la Tierra. Solamente los caminos y atributos de Amor representan la verdadera vida.
“Y decid: 'Redímenos, Oh Dios de nuestra Redención, y reúnenos juntos y libéranos de las naciones para poder dar gracias a Tu Nombre sagrado, [para] que en la alabanza a Ti podamos triunfar'.” (I Crónicas 16:35)
Triunfo como Redención viene cuando nos convertimos en Sus caminos y atributos, siendo y haciendo la bondad de Su Amor como nuestra verdadera identidad, y eso es lo que significa nuestra alabanza a Él. La Torá nos encomienda a actuar, y nuestras acciones son la alabanza a Dios, ya que actuamos de acuerdo con Sus caminos y atributos. Le pedimos que nos guíe en nuestro destino para reunirnos juntos y liberarnos de las fantasías e ilusiones de ego.
En este sentido nuestras ofrendas son las buenas acciones que elevan todos los aspectos de la vida a Su Amor, y en ellas con certeza estamos reunidos juntos y redimidos. Este es nuestro legado y destino que queremos permanentemente en nuestras vidas, porque Sus caminos son Su compasión, amorosa bondad, y verdad que nos protegen cuando hacemos bondad, tal como nos lo encomienda; y por ello pedimos.
“No retengas de mí Tu compasión, Oh Eterno. Que Tu amorosa bondad y Tu verdad siempre me protejan. Todos los modos del Eterno son de Amor y fidelidad para aquellos que guardan Sus Mandamientos.” (Salmos 40:12, 25:10)
La bondad de nuestras acciones, como modos y atributos de Amor, son las ofrendas que elevamos en nuestro mayor conocimiento de Su Presencia.
“Envía Tu Luz y Tu verdad para que me guíen, permite que me traigan a Tu Monte Sagrado [el Santuario, Tabernáculo, Templo de Jerusalén], el lugar donde Tú habitas.” (43:3)
Ese lugar es el mayor conocimiento de nuestra conexión con Su Amor.
Realizamos esta unión integrando al Creador en nuestra conciencia a mediante Sus caminos y atributos, que son Su Amor por Su Creación. Después de todo, Él está más allá de nuestra comprensión y nuestra única forma de “conocerlo” a Él es a través de Su Creación, y las maneras en las que Él la dirige y la sustenta.
Realizamos esto mediante el conocimiento de nuestra conexión con Él, y el Sumo Sacerdote representa ese conocimiento. Nuestras ofrendas son todos los rasgos y cualidades de nuestra conciencia (que abarca todos los aspectos de la vida que nos dio el Creador) para elevarlos a Su servicio a través de Sus modos y atributos, y lo hacemos mediante Amor que es nuestro nexo con Él.
Reflexionemos en torno a las palabras de Maimónides, el Rambám, respecto a las ofrendas.
“La ubicación del Altar está exactamente definida y nunca cambiará. Es una tradición establecida que el lugar donde [el rey] David y [el rey] Salomón construyeron el Altar sobre el suelo de Arona es el mismo sitio donde Abraham erigió un altar y ató a [su hijo] Isaac en él; este es donde Noé levantó [un altar] cuando salió del arca; este es donde Caín y Abel trajeron sus ofrendas; este es donde Adán, el Primer Hombre, ofreció un korbán cuando fue creado [por Dios], y de [la tierra de] este lugar fue creado. Así los Sabios han dicho: 'el hombre fue formado del lugar de su expiación'.” (Mishné Torá, Leyes del Templo Sagrado, capítulo 2).
Nuestra vida y todo lo que abarca son las ofrendas, el lugar es nuestra conciencia mediante la que conocemos al Creador, y hemos dicho que expiación es el proceso de transformación de la ignorancia y separación de Él a la certeza de que estamos unidos a Él. Esta transformación ocurre con la intervención del fuego Divino, que es el Amor de Dios.
Análogamente, el proceso es similar al efecto del fuego como catalizador para transmutar un estado a otro con un propósito específico. En este sentido, una fiebre tiene el potencial de alterar una condición física para bien o para mal, pero visto de otro modo podríamos decir que “no hay mal que por bien no venga”.
El sacerdote enciende el fuego en representación de nuestro Amor ardiente para unirnos al Creador, que a Su vez provee Su fuego para nosotros. El proceso de elevar nuestra vida a Él de hecho implica expiación como medio para purificar todos los aspectos de la conciencia para transformarlos en las vasijas vacías que el Creador llena con Sus modos y atributos.
Entonces tenemos dos catalizadores: el sacerdote como conocimiento permanente de nuestra conexión con Él, y nuestro Amor como la Esencia que añora estar cerca de Él. Es así como las ofrendas son sublimadas al Creador.
Adán, el primer hombre, tenía esto más claro que nosotros porque estaba solo con el Creador, y asimilaba con más facilidad su conexión con Él. Caín y Abel lo hicieron a través de sus respectivas experiencias en el mundo material. Abel lo hizo con su conocimiento mayor de la Presencia Divina en Su Creación, y Caín con su vivencia de ego, de los sentidos e instintos. Caín y Abel representan la conciencia humana dividida en contradicción, fraccionada en dualidad, como resultado de la transgresión de su padre Adán.
Las ofrendas de Abel fueron preferidas porque este elevó todo el potencial de bondad en el mundo material al servicio de los caminos y atributos del Creador como nuestro propósito en la vida. Las ofrendas de Caín no fueron consideradas porque prefirió las ilusiones y fantasías de ego, y la sensualidad (representada por la vida vegetal) como propósitos de la vida.
Noé tenía la misión de unificar la conciencia fraccionada en dualidad, pero la dividió aun más a través de sus hijos, Shem (la conciencia superior correspondiente al sacerdocio), Yafet (la mente consciente con potencial de discernir lo correcto de lo incorrecto), y Jam (el apego a la sensualidad y a los aspectos potencialmente negativos de los niveles inferiores de la conciencia).
Por su propio discernimiento, nuestro Patriarca Abraham concluyó que la conciencia humana está destinada a actuar y expresar todos sus aspectos y dimensiones como vehículo unificado y armónico para manifestar la Unidad del Creador y Sus caminos y atributos en Su Creación. En esta realización, Abraham y su hijo Isaac ofrecieron ambos sus vidas al Creador en pleno conocimiento de que todo proviene de Él y pertenece a Él, y por tanto no hay espacio para las vanidades y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego.
En este mismo conocimiento Jacob apreció el legado de sus padres Isaac y Abraham como el destino que realizarían sus descendientes. Este es nuestro destino como legado y herencia, y para realizarlo seamos conscientes de que el linaje de Israel proviene de Shem a través de Abraham, Isaac y Jacob, y somos herederos del sacerdocio que representa el mayor conocimiento del Amor de Dios, cuyos caminos y atributos dirigen Su Creación.
Nuestros Patriarcas eligieron este destino para ellos y para nosotros sus descendientes, por lo cual igualmente debemos elegir retornar al Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad que nos hace diferentes de las otras naciones. Elegimos de vuelta nuestro sacerdocio porque el Creador nos encomienda ser una Nación de sacerdotes para proclamar en la Tierra Su soberanía, que es Su justicia y rectitud. Estas son también las manifestaciones materiales de Su Amor con el fin de guiar en Sus caminos a todas las naciones.
Individualmente interiorizamos este Mandamiento como dirección y guía de todos los aspectos de la conciencia en los caminos y atributos de Amor, contrarios al dominio y subyugación negativos de las fantasías e ilusiones materialistas de ego, representadas por las “naciones” y “pueblos” de la Tierra. Solamente los caminos y atributos de Amor representan la verdadera vida.
“Y decid: 'Redímenos, Oh Dios de nuestra Redención, y reúnenos juntos y libéranos de las naciones para poder dar gracias a Tu Nombre sagrado, [para] que en la alabanza a Ti podamos triunfar'.” (I Crónicas 16:35)
Triunfo como Redención viene cuando nos convertimos en Sus caminos y atributos, siendo y haciendo la bondad de Su Amor como nuestra verdadera identidad, y eso es lo que significa nuestra alabanza a Él. La Torá nos encomienda a actuar, y nuestras acciones son la alabanza a Dios, ya que actuamos de acuerdo con Sus caminos y atributos. Le pedimos que nos guíe en nuestro destino para reunirnos juntos y liberarnos de las fantasías e ilusiones de ego.
En este sentido nuestras ofrendas son las buenas acciones que elevan todos los aspectos de la vida a Su Amor, y en ellas con certeza estamos reunidos juntos y redimidos. Este es nuestro legado y destino que queremos permanentemente en nuestras vidas, porque Sus caminos son Su compasión, amorosa bondad, y verdad que nos protegen cuando hacemos bondad, tal como nos lo encomienda; y por ello pedimos.
“No retengas de mí Tu compasión, Oh Eterno. Que Tu amorosa bondad y Tu verdad siempre me protejan. Todos los modos del Eterno son de Amor y fidelidad para aquellos que guardan Sus Mandamientos.” (Salmos 40:12, 25:10)
La bondad de nuestras acciones, como modos y atributos de Amor, son las ofrendas que elevamos en nuestro mayor conocimiento de Su Presencia.
“Envía Tu Luz y Tu verdad para que me guíen, permite que me traigan a Tu Monte Sagrado [el Santuario, Tabernáculo, Templo de Jerusalén], el lugar donde Tú habitas.” (43:3)
Ese lugar es el mayor conocimiento de nuestra conexión con Su Amor.