sábado, 15 de mayo de 2010

Día de Jerusalén 5-12-2010

Hoy celebramos la liberación de Jerusalén durante la Guerra de los Seis Días. Este magnífico acontecimiento es significante en muchos sentidos, porque Jerusalén no sólo es un lugar en el tiempo y en el espacio sino también el más elevado nivel de conocimiento donde estamos completamente conscientes de la permanente conexión entre Israel y Dios, Amor.

Perdimos nuestra preciada ciudad cuando permitimos a nuestros enemigos invadirla y expulsarnos de ella. ¿Y quiénes son nuestros enemigos? Aquellos que procuran nuestra destrucción y romper además nuestra conexión con Amor Divino, mediante la "ocupación" de nuestra bienamada Ciudad Sagrada que es la capital, la cabeza indivisible de Israel. E Israel significa el pueblo elegido por Amor Divino para propagar su Luz en el mundo. Tengamos presente entonces que nuestros enemigos son todo aquello que quiere imponer las ilusiones de la oscuridad para ocultar la Luz de Dios, Amor, en Jerusalén que es nuestra más elevada conciencia de lo Divino.

Hoy celebramos la liberación de nuestra Ciudad Sagrada de sus ajenos ocupantes, y esta liberación no es suficiente. Tenemos que reconstruir su Templo en el que logramos la conciencia absoluta de nuestra Unidad con Dios, nuestro Creador. Y esta reconstrucción es lograda cuando vivimos permanentemente en Su voluntad, caminos y atributos, mediante los cuales la Presencia Divina, la Shejiná, es restaurada en nuestra conciencia. Recordemos que la Shejiná abandonó nuestra Ciudad Sagrada cuando nuestros enemigos destruyeron el Templo y nos expulsaron de nuestra Tierra.

Rezamos tres veces al día por la reconstrucción de Jerusalén, e imploramos a nuestro Dios que more para siempre en ella "como un edificio eterno", "y establece el trono de David en ella" (liturgia judía). Después de dos mil años nuestras oraciones fueron respondidas: en una milagrosa guerra nuestro Ejército liberó a Jerusalén. Ahora nos corresponde hacer nuestra parte para cumplir la promesa de Dios, Amor, anunciada por nuestros profetas: reconstruir la Ciudad Sagrada, nuestra más alta conciencia de Amor Divino. Cumplimos esa promesa de la misma manera en que lo hicimos cuando Dios, Amor, nos ordenó liberar la Tierra Prometida después de nuestro Éxodo de Egipto y vivir cuarenta años en el desierto de Sinaí, derrotando aquellos y todo lo que busca destruirnos e imponer las tinieblas en el mundo. Y esos son los mismos que se oponen a los caminos y atributos de Amor.

Si queremos que la promesa Divina sea cumplida, debemos comenzar por conquistar y derrotar las cualidades y tendencias negativas en nuestra conciencia individual, que son las que nos mantienen en el exilio de nuestra Tierra y nuestra capital, sumidos en las ilusiones de las tinieblas ya sean ideas, creencias, pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos que amenazan con expulsarnos de nuestro verdadero hogar, nuestra Tierra, nuestra Ciudad y nuestro Templo: nuestro permanente conocimiento de Amor Divino en nuestras vidas, en nuestro entorno y en toda la Creación. ¡Feliz Día de Jerusalén!

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.