Las
últimas tres plagas previas al Éxodo de Egipto vienen con un
profundo conocimiento del Creador como la única causa y efecto de Su
Creación. Cada plaga corresponde a un nivel particular de conciencia
que debemos despertar para llegar a tener un completo conocimiento de
Él en nuestra vida y en el mundo material. Somos Sus criaturas
y lo que pensemos o creamos que somos o tenemos proviene de Él, y
pertenece a Él: “Desnudo vine del vientre de mi madre, y desnudo
partiré [moriré]. El Eterno dio y el Eterno ha quitado, alabado sea
el Nombre del Eterno” (Job 1:21) y este es el primer paso para
iniciar el proceso de llegar a conocerlo a Él.
La
plaga de las langostas nos enseña que el Creador es el proveedor de
nuestro sustento material y espiritual, y el versículo de su llegada
está precedido de Su Mandamiento a Israel para que le sirva a Él:
“Deja ir a Mi pueblo para [y] que ellos Me sirvan. Porque si te
niegas a dejarlos ir, he aquí que Yo voy a traer langostas dentro de
tus fronteras” (Éxodo 10:3-4) y el conocimiento de Su absoluta
propiedad y control es una premisa para relacionarnos con Él de
acuerdo a Su voluntad, la cual es que le sirvamos a Él.
El
principal obstáculo para asimilar y adoptar esta premisa es ego y
sus deseos, representados por el faraón y Egipto. La plaga
siguiente, la oscuridad, es la experiencia material y espiritual de
la ausencia total de la Presencia Divina en nuestra conciencia, la
cual también es una consecuencia directa de la ceguera de ego para
rendirse al Amor de Dios como el Creador y sustentador de Su
Creación: “Ellos [los egipcios] no se veían entre ellos, y
ninguno de paró [movió] de su lugar durante tres días; pero para
los hijos de Israel había luz en sus moradas” (10:23) y esta
conciencia (la Luz en las moradas de los israelitas) de la Presencia
de Dios en Su Creación hace la diferencia.
En
este contexto ego es una de las dimensiones de la conciencia que
también debemos dirigir hacia el total conocimiento de la voluntad
del Creador: “Y Moisés dijo [al faraón], 'Tú también debes
dar sacrificios y ofrendas de elevación en nuestra manos, y las
haremos para el Eterno nuestro Dios'.” (10:25) porque en nuestras
acciones positivas (“nuestras manos”) servimos y honramos el Amor
de Dios, y ego es conducido con éxito no mediante buenas intenciones
sino a través de buenas acciones. Cuando actuamos en los modos y
atributos de Amor, nuestros acciones positivas no dan lugar para
fantasías e ilusiones materialistas que seducen al ego para tomar
control de nuestra vida y llevarnos a las tinieblas. En las tinieblas
no podemos ver más allá de nosotros, lo cual es el propósito del
ego para hacer que el mundo gire en torno a sus deseos. La oscuridad
se presenta como la peor de las plagas porque nos impide ver más
allá de lo que creemos que somos. En oscuridad estamos realmente
perdidos, y en ese predicamento no tenemos otra opción que buscar la
Luz con el fin de ser verdaderamente redimidos. Esta fue la
experiencia preordenada por el Creador para que nosotros movamos
nuestra conciencia hacia la Verdad. Hemos dicho antes que nuestros
Sabios enseñan que las tinieblas del exilio son el comienzo para
buscar la Luz de la Redención.
La
décima y última plaga es la muerte del primogénito de aquellos que
niegan que el Creador sea el único dueño de Su Creación. El
primogénito representa nuestra intención primaria en la vida con
sus valores, principios y metas, como los diezmos y primicias de la
tierra que debemos ofrendar en el Templo. Los primogénitos de los
egipcios estaban inevitablemente dedicados a someter sus vidas al
materialismo sin nada más allá de las ilusiones vanas de ego. El
primogénito es la primera extensión (expansión) de nuestra esencia
humana y reafirmación del Amor de Dios como la causa y efecto de
todo, incluida la vida. En este sentido tenemos que consagrar tal
extensión a los modos y atributos de Amor como manifestaciones del
Amor de Dios: “Santificad para Mí todo primogénito, todo el que
abra el vientre entre los hijos de Israel, entre hombre y entre
animales, es Mío” (13:2) ya que todo le pertenece a Él.
Cuando consagramos nuestras extensiones al dominio de ego estamos de
hecho “muertos” ante el Amor de Dios.
La
experiencia de nuestra cercanía al Amor de Dios es el comienzo de
nuestra libertad, y es nuestro primer Mandamiento como judíos
conmemorar el primero de los meses como recordatorio de nuestra
liberación de la oscuridad. La consagración de la Luna Nueva como
el inicio de los meses (ver comentario sobre Jánuca en diciembre
2011 en este blog)
es un recordatorio de nuestra verdadera Esencia e identidad cuando
revelamos Luz desde la oscuridad: “Y este día será para vosotros
como un recordatorio, y lo celebraréis como un festival para el
Eterno a través de todas vuestras generaciones, vosotros lo
celebraréis como un estatuto eterno” (12:14) Esta es la
experiencia y legado de nuestro exilio y servidumbre en la oscuridad,
para llevar la bendición de revelar Luz como nuestra verdadera
identidad cuando clamamos al Amor de Dios para que conduzca cada
aspecto y dimensión de la conciencia en Sus caminos y atributos.
Nuestros
Sabios místicos explican que el período de siete días para
celebrar la Pésaj y Sucot representa un proceso continuo mediante el
cual corregimos y elevamos las siete emociones primordiales que son
amorosa
bondad
como compasión, poder
como
autocontrol, Verdad
como
iluminación, perseverancia como triunfo,
honor
como gloria, justicia
como rectitud,
y prevalencia como soberanía.
Cuando
nos comprometemos a poner en práctica estas cualidades diariamente,
como expresión constante de nuestra verdadera identidad, estaremos
sirviendo al Creador para revelar completamente Su Presencia en
el mundo material. Este conocimiento debemos tenerlo momento a
momento, y no sólo como un Mandamiento: “Y será como una señal
sobre tu mano (en todo lo que hagas) y como filacterias entre tus
ojos (en todo lo que pienses, veas y sepas), porque con mano fuerte
el Eterno te sacó de Egipto” (13:16) y también como
conocimiento permanente del Amor de Dios como nuestro
Creador y único dueño de todo. Esto incluye la Luz que nos da para
retornar a Él cuando nos demos cuenta que no pertenecemos a la
oscuridad del reino de las ilusiones, sino a Su Amor como reino de la
Verdad. Como individuos debemos tener la valentía de “venir al
faraón (ego)” y confrontarlo con el pleno conocimiento de que el
Amor de Dios rige en toda Su Creación.