Sabemos que el ego es una de las fuerzas
motrices fundamentales de la vida humana, junto al intelecto, mente, emociones,
pasiones e instintos. Ego en realidad pertenece a una categoría diferente, ya
que actúa independientemente de los otros y los usa para realizar su agenda. En
este sentido, ego usa los otros aspectos de la conciencia para satisfacer sus
"deseos", lo que aquí comúnmente llamamos "fantasías" e
"ilusiones" materiales. Nuestros Sabios definen lo que llamamos ego
con dos términos intercambiables y complementarios, que son lo que llaman
"alma animal" o nefesh y la "inclinación negativa" o yetzer ha'ra. Dicho de otra forma, ellos se refieren al alma
animal como la fuente de toda potencial actividad negativa en la conciencia
humana. La comparan con un buey salvaje con la fuerza, ya sea para sembrar un
campo o para destruirlo, y señalan que su "asiento" es el corazón.
Basados en esta alegoría, algunos explican que el alma animal tiene el
potencial para la "inclinación positiva" cuando uno logra dirigirla
hacia un fin constructivo.
Esto significa que, además de ser una
poderosa fuerza motriz, ego puede ayudarnos a destruir o a construir el campo
que llamamos vida. En la Torá los personajes que eligieron conducir sus vidas
basados en su agenda personal o su "interés", tales como Caín, Jam,
Nimrod, Esaú, Labán, y el faraón entre otros, son por definición enemigos de
aquello o de quienes cuestionen sus "caminos", incluyendo a su propio
Creador. Esta actitud antagonista hacia lo bueno y lo positivo rechaza e
inclusive combate el propósito del Amor de Dios en Su Creación, y por extensión
la bondad derivada de los caminos y atributos de Amor. Esta actitud negativa
convierte la vida en algo vano y carente de sentido, que se asemeja más a estar
muerto. Hemos dicho que nuestro discernimiento nos hace entender que la vida es
el propósito de la Creación como emanación del Amor de Dios, el cual siempre
debe prevalecer a pesar de la oposición de quienes quieren hacer del
sufrimiento, el odio, el hambre, el dolor, la enfermedad y la muerte los regidores
del mundo material. Amor siempre prevalece porque, como manifestación
humana del Amor de Dios, es la verdadera fuente de vida y la fuerza motriz real en la conciencia humana. Todos
sabemos, inclusive aquellos que lo niegan, que nadie puede vivir sin Amor.
En este contexto hemos dicho (ver
comentarios sobre Bereshit y Noé en este blog) que el Diluvio, la torre
de Babel, Sodoma y Gomorra, y Egipto durante el Éxodo, fueron episodios en
nuestra historia en los que el Amor de Dios hizo prevalecer la libertad real en
aras de los caminos y atributos de Amor por encima de las tinieblas de la
idolatría de ego. Debemos percibir lo que ocurrió en aquellos tiempos y lugares
no como destrucciones sino como transiciones para hacernos valorar, apreciar y
proteger la libertad que sólo Amor nos puede dar. Como individuos y como
humanidad hemos padecido más dolor que plenitud en el proceso de aprender lo
que es verdaderamente importante en nuestras vidas.
Parece de veras increíble que todavía
sigamos viviendo como en los tiempos del Diluvio, cuando la gente no creía en
nada excepto sus ilusiones de ego y vivía para robar a otros o secuestrarlos
para adquirir sus posesiones. Hace apenas 70 años más de 55 millones de
personas murieron luchando contra la amenaza del totalitarismo como aconteció
en los tiempos de la torre de Babel, cuando Nimrod fue emulado por Hitler y los
"militantes" fundamentalistas islámicos. Seguimos padeciendo racismo,
discriminación, xenofobia, tortura y crueldad como en Sodoma y Gomorra, sin
mencionar la depravación sexual e inmoralidad como las de fanáticos religiosos
que se "casan" con niñas de diez años de edad. Seguimos viendo
tráfico de esclavos y servidumbre forzada en muchos países, en su mayoría
islámicos, además de otras formas de esclavitud incluyendo la más conspicua de
todas, la sociedad de consumo.
Las primeras cuatro porciones del libro
del Éxodo tienen dos personajes centrales que son Moisés y el faraón. Cada uno
representa características opuestas. El faraón es la personificación de la
actitud egocéntrica ante la vida y el mundo material, mientras que Moisés
representa el mayor conocimiento del Amor de Dios en Su Creación. Moisés, el
más humilde de todos los humanos que jamás haya existido y el faraón como el
más arrogante de todos los personajes bíblicos. Uno, cuyos deseos delirantes
pretenden subyugar y explotar todos los niveles y dimensiones de la conciencia,
y el otro cuya misión es dirigirlos bajo la conducción de los atributos de
Amor. Con estas cualidades contrarias podemos hacernos una idea de quién es
quién.
Nuestra tradición oral cuenta que Moisés
vivió 40 años en Egipto en el palacio del gobernante de la nación más depravada
de su tiempo, 40 años entre idólatras en Midián, y 40 años como el hombre que
ha estado más cerca del Creador. Estos tres períodos quieren decir que Moisés
vivió transiciones que
lo llevarían a convertirse en el elegido para redimir a Israel en Egipto. Esto
nos enseña que todos, tarde o temprano, vamos de una etapa a la otra en el
proceso de lograr un pleno conocimiento del Creador. En algún punto nos
hartamos de una vida vana y sin significado bajo las ilusiones y fantasías de
ego. Entonces comenzamos a reflexionar y meditar sobre aquello realmente
relevante en la vida, como solían hacer nuestros antepasados pastores cuando
cuidaban sus rebaños. Finalmente, cuando logremos vivir libres y lejos de las
ilusiones materialistas, estaremos preparados para encontrarnos con la
Presencia Divina ocultada bajo tales ilusiones.
Sabios
dicen que quienes quieren ser redimidos deben prepararse para la Redención.
Dicho de otro modo, como siempre es, la decisión es sólo nuestra. Moisés o el faraón, la Tierra
Prometida o Egipto.