El Principio Femenino de la Creación es la Presencia del Creador revelada en el mundo material, mientras que el Principio Masculino es Su Presencia ocultada. La misión conjunta de hombres y mujeres como representantes de la humanidad es revelar la Presencia Divina ocultada en la Creación, a lo que se refiere la Torá respecto a crear un lugar en el mundo donde el Creador more entre nosotros, en cada dimensión de la conciencia. Comencemos con el principio fundamental del judaísmo de la Unicidad del Creador, la cual percibimos parcialmente en nuestro discernimiento humano. Esta comprensión parcial nos hace captar la realidad material de manera fraccionada en forma de divisiones, separaciones y dualismos, y una de sus razones es para que podamos ejercer el libre albedrío que nos dotó el Creador. En este sentido también percibimos lo no revelado como si estuviera "separado" de la totalidad que abarca lo Divino. En el proceso de entender Unicidad nos vemos obligados a asimilar tanto lo revelado y lo ocultado como partes de lo mismo.
El misticismo judío explica la Creación como el resultado de emanaciones Divinas también parcialmente reveladas a la percepción y comprensión humanas. Sabios místicos las ilustran como esferas (sfirot) concéntricas y al mismo tiempo proyecciones de las anteriores, ya que todas son parte de la misma unidad. También las podemos concebir visualmente como planos en secuencia vertical, y la base o plano inferior (maljut) corresponde a la Creación material que conocemos como plano físico o realidad material. En nuestra percepción, todo lo que pueden captar nuestros sentidos e intelecto no es nada más que la Creación en su perfección, la cual captamos de manera parcial, y es lo que trataremos de definir como Principio Femenino. Todo lo que captan los sentidos revela un Plan Divino en el que la vida y el conocimiento del Creador son el principal propósito. Todos los elementos que integran la Creación material existen para generar vida y sustentarla. Lo mineral, vegetal, animal y humano existen e interactúan para dar expresión a lo viviente, y esa función es la manifestación material del Principio que buscamos definir como Femenino. Lo llamamos así porque, como nos hemos dado cuenta en el curso de la historia humana, es la fuerza generadora de vida.
En este contexto podemos entender el Principio Femenino como la Esencia misma de lo que crea, genera y sustenta la Creación material como resultado del Amor de Dios. Nuestra percepción y discernimiento nos ayudan a determinar lo que genera vida y lo que no. Podemos decir que todo lo que existe como vida es el Principio Femenino como expresión material del Amor Divino, y la Mujer es tanto la manifestación alegórica como específica de este Principio. Alegórica porque ella representa la vida en potencia y la concepción de la vida, de la misma manera que el Amor de Dios lo es con Su Creación. Específica porque ella gesta la vida y da luz a la vida. La Mujer entonces está dotada para gestar el milagro de la vida, vista esta como resultado material de Amor.
Este versículo se refiere al Principio Femenino contenido en la Mujer: "Y el hombre llamó a su mujer Eva, porque ella era la madre de todo lo viviente" (Génesis 3:20) y el hecho de que ella sea toda vida es confirmado en la Biblia Hebrea, la cual menciona por primera vez el Principio Femenino en el versículo, "(…) y el Eterno creó al hombre en Su imagen, en la imagen del Eterno él fue creado; hombre [masculino] y mujer [femenino] Él los creó" (1:27) como elementos esenciales para la revelación de la Presencia Divina en la Creación. "Y Dios el Eterno dijo, 'No es bueno que el hombre esté solo, Yo le haré ayudante, su opuesto a él'." (2:18), "(...) pero no encontró ayudante para Adán, opuesto a él" (2:20) opuesto en sentido complementario, ya que ambos fueron creados inicialmente como uno (1:27) y es por lo que Adán dijo, "Esta vez [ella] es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Por esto será llamada mujer, porque del hombre fue sacada" y la narración prosigue diciendo, "Por lo tanto el hombre dejará a su padre y madre, y estará unido a su mujer y ellos serán una sola carne" (2:23-24) porque uno es parte del otro. Esta igualmente es una unidad tanto en lo integral como en lo cooperativo, ya que juntos es como ambos cumplen su misión en el mundo. Aquí subrayamos la palabra "ayudante" como esencial para el Principio Masculino en nuestro destino común de revelar la Presencia Divina ocultada en la Creación. El mensaje primordial de la Biblia Hebrea es la cooperación y ayuda mutua entre los seres humanos, como principio ético y Mandamiento obligante de amarnos unos a otros.
Las mujeres en la historia hebrea nos hacen entender la misión encomendada al pueblo judío por el Creador, en particular a sus hombres. Su misión como "ayudantes" es, como lo hemos mencionado, la expresión vital de Amor como lo que genera y sustenta la vida. De ahí que las mujeres sean la personificación del Principio Femenino: "El hombre [Adán] llamó a su mujer Eva, porque ella era la madre de todo lo viviente" (3:20) porque de ella emana vida, de la misma manera que toda existencia emana del Creador. Así entendemos que ella sea "una corona para su esposo" y "una perla preciosa para su vida" (Proverbios 12:4, 31:10). Nuestros Sabios dicen acerca de ella que "la esposa es la casa", y en un significado más profundo quiere decir que a través de ella el Hombre construye su conciencia para realizar juntos su destino de revelar la Presencia Divina ocultada.
La mayoría de las mujeres en la historia judía han personificado fielmente la ayuda y apoyo requeridos para revelar la Presencia Divina en el mundo material. Este apoyo abarca muchos y variados aspectos que hacen de los atributos de Amor la manifestación material del Amor Divino. Sabemos que el amor filial es incondicional y de la manera en que nos dirige para forjar la personalidad y el carácter humano en aras de los valores éticos inherentes a Amor. Sara y Rebeca eran ambas arquetipos del mismo paradigma. Sara fue para Abraham e Isaac, lo que Rebeca fue para Isaac y Jacob. Estos arquetipos se hacen más complejos con Lea y Raquel junto con Zilpa y Bila, porque de ellas se derivan otros rasgos y cualidades que determinan la identidad de Israel como el pueblo judío. Nuestra tradición oral destaca la belleza física de las Matriarcas judías para enseñarnos que tal cualidad es un reflejo de la belleza espiritual. De ahí que fuesen codiciadas por reyes e inclusive por los enemigos de nuestros Patriarcas. En este sentido debemos entender la belleza como cualidad espiritual en vez de rasgo físico, y no rendirse a la belleza exterior carente de substancia espiritual. Esto define la diferencia entre la concepción judía de belleza respecto la definición helénica.
Tamar y Ruth, conversas al judaísmo como todas nuestras Matriarcas, representan el mismo arquetipo mencionado antes, ambas con el destino específico de la total y final revelación de la Presencia Divina. Esta es la proclamación de la soberanía del Creador y Regente de Su Creación. Esta proclamación es la misión y destino de Israel como el pueblo que principalmente desciende de la Tribu de Judá, visto como cualidad de realeza requerida para entronizar el Reino del Creador en el mundo material. Debemos concebir al Creador tanto como Padre como Rey, y es primordial referirnos a Él y relacionarnos con Él mediante un protocolo que en la Torá contiene 613 cláusulas, de las cuales 248 tenemos que cumplir y 365 de las que debemos abstenernos.
Como judíos tenemos que relacionarnos con nuestras mujeres en plena conciencia de nuestra identidad, como premisa fundamental para realizar nuestro destino como hombres y como pueblo. Lo mismo se aplica para las mujeres judías. Fortalecemos nuestra identidad judía a partir de los atributos del Creador que la Torá nos instruye a seguir e imitar, los cuales también emanan de nuestro propio Amor como manifestación material del Amor de Dios. Así comprendemos la preeminencia de Amor derivado del Principio Femenino como referencia para expresar el Principio Masculino.
Hombres y mujeres compartimos en diferente proporción ambos Principios, y las mujeres revelan aun más Amor en el mundo material por su capacidad de gestar y crear vida. Muchas culturas aborígenes igualan la tierra a la Mujer, y esta igualdad es axiomática. Por tanto en sus tradiciones y rituales la Mujer es la figura central como expresión tangible de vida, al igual que de Amor como la Esencia que crea vida. Entonces es comprensible que lo femenino ocupe un lugar prominente. La atracción emocional y sensual unida a la dependencia de lo femenino llena la mayor parte del lenguaje lírico de la música popular. Este hecho confirma el predominio del Principio Femenino al que debemos referirnos como medio y no como fin, en el proceso de revelar totalmente la Presencia Divina a través del Principio Masculino. En este aspecto es crucial que el Hombre obtenga el apoyo de la Mujer como portadora y proveedora de Amor como vida, con el fin de integrarlo en la conciencia masculina. Una vez el hombre entronice Amor en su conciencia como el guía de todos sus rasgos, cualidades, niveles y dimensiones, la Presencia Divina será plenamente revelada como la manifestación de nuestra Redención Final.
Debemos amar como lo hacen las mujeres, y como hombres dirigir nuestro Amor como la base de nuestra relación con el Creador, y por extensión con nuestro prójimo. Amor, como nuestra verdadera Esencia e identidad, pertenece por igual a Hombre y Mujer porque ambos fuimos creados a imagen y semejanza del Creador, y como emanación de Su Amor. Como complemento y suplemento uno del otro, Hombre y Mujer están unidos por Amor como su Esencia común. En su unión, Amor revelado en la Mujer anima al Hombre a despertar su Amor y expresarlo; y en esa correspondencia mutua, Amor como vida se reproduce en toda tu capacidad, fuerza y poder. Así vemos Amor como la fuerza constructora sobre la cual construimos vida para generar vida, como la manifestación material del Amor Divino. Es imperativo que hombres y mujeres se reconozcan en su Esencia común.
A través de nuestra historia la Mujer ha mantenido su identidad como personificación de Amor, manteniéndose fiel y leal a él. Así entendemos su fidelidad y lealtad al Creador en las vicisitudes que el pueblo hebreo vivió durante su exilio en Egipto, en su transcurso por el desierto antes y después de la entrega de la Torá, en su asentamiento en la Tierra Prometida, en sus guerras y resistencias ante invasores, en el exilio en Persia y Babilonia, y en la Diáspora. Debemos prestar atención a nuestra historia desde el Pacto con el Creador hasta nuestros días, estudiados y evaluados como hombres y mujeres herederos del Pacto. Así comenzamos a conocer verdaderamente quiénes fuimos y quiénes somos como hombres y mujeres, como pueblo y como Nación. Está claro que en nuestra tradición las mujeres han mantenido su identidad femenina judía en mayor proporción que los hombres judíos. Esto nos hace considerar que el Principio Femenino ha sido prevalente y crucial para mantener y sustentar vida en el mundo material. Ya es tiempo de comenzar a hacer prevalecer en nuestra identidad masculina el Principio Femenino que por milenios hemos apartado y relegado como ajeno al Hombre y propio de la Mujer, ya que es el mismo Amor que nos da vida, nos protege, sustenta y procura lo mejor y más conveniente para nuestra supervivencia bajo las tinieblas de las ilusiones creadas por el ego como el falso conductor de nuestra conciencia.
En esta evaluación es fácil concluir que en mayor proporción los hombres hemos elevado al ego con sus fantasías e ilusiones como el dios individual que hemos hecho de él. Fantasías e ilusiones infladas con ideologías, creencias, ideas y modas que impregnadas con negatividad generan guerras, conflictos y sufrimiento como portadores de desolación y muerte. Todos ellos contrarios a lo que Amor y sus atributos pueden generar como vida y plenitud. Hombres y mujeres unidos debemos reconocernos y redescubrirnos unos a otros como complementos del mismo Principio que es la voluntad del Creador.
Nuestra Redención Final viene cuando reconstruimos lo que destruimos con inmoralidad, asesinato e idolatría, y odio infundado contra los demás, reemplazándolos por lo contrario a ellos. Esta reconstrucción acontece al ser y manifestar los atributos de Amor para reemplazar inmoralidad por integridad. Hacemos desaparecer el homicidio cuando protegemos y nutrimos la vida, y en vez de adorar las fantasías e ilusiones de ego seguimos los caminos y atributos de Amor. Como resultado de esto, reemplazamos el odio infundado de ego amándonos unos a otros al emular el Amor de Dios por nosotros.
Tenemos que forjar este destino que el Creador guarda para nosotros, ya que la Redención de Su Amor es un milagro que nosotros debemos iniciar en consonancia con Él. Sin Su Amor no hay Amor. De ahí que mujeres y hombres debamos reflexionar en nuestra propia identidad, y en esta conciencia como hombres abracemos la nuestra. Entonces ambos géneros unidos podremos comenzar a reconstruir la conciencia humana tras su destrucción durante tantos siglos. Al hacerlo, comenzamos a vivir la otra parte del Plan Divino mencionado al principio, el cual se trata de conocer al Creador como nunca lo hemos hecho antes. Una vez disipemos los aspectos negativos de la conciencia al entronizar Amor en todos sus niveles y dimensiones, nuestro único deseo e interés será el conocimiento de Dios. Tenemos que hacer de Amor nuestra conciencia individual y colectiva con la que juntos revelemos la Presencia Divina ocultada en el mundo material, y proclamar que "toda la Tierra está llena de Su Gloria", "la Gloria del Eterno será revelada, y toda la humanidad [toda carne] junta la verá" (Isaías 6:3, 40:5), "Porque la Tierra estará llena del conocimiento de la Gloria del Eterno, como las aguas cubren el mar" (Habacuc 2:14) y Su Gloria es Su Amor.