domingo, 8 de enero de 2012

Shemot: Nuestra Verdadera Identidad como Redención


Esclavitud y libertad son dos temas primordiales en el libro del Éxodo, ambos ligados a nuestra relación con el Creador. Aunque nuestros Sabios se refieren a la traducción general como esclavitud, señalan que el término en hebreo sugiere servidumbre o servicio, dependiendo del contexto en que se mencione. De ahí que podamos servir a Dios ya sea como Sus sirvientes o Sus esclavos, y la mayoría de nuestros Sabios prefieren la idea de servicio cuando hay un acuerdo común entre quien sirve y quien es servido. Al servir, uno tiene un relativo grado de independencia, y su trabajo es el resultado de lo que eligió hacer basado en un acuerdo de conveniencia mutua. Esto a diferencia de la esclavitud que implica servicio o trabajo forzado en contra de la voluntad de quien provee su labor. Todos conocemos la diferencia, y debemos resaltar esa distinción para apreciar este período fundamental de nuestra historia judía.

Esclavitud o servidumbre se mencionan como maldición cuando Noé sentenció que Jam serviría a sus hermanos Shem y Jafet, y como profecía revelada a Rebeca acerca de sus hijos, indicando que el mayor servirá al menor. Respecto a Jam, nuestros Sabios dicen que su apego a las bajas pasiones, las emociones negativas y los instintos sin control lo hicieron esclavo de estos, y ese predicamento también lo hizo sirviente de aquellos que tienen mayor capacidad de dominar los aspectos inferiores de la conciencia. Nuestra tradición oral cuenta que Jam, el cuervo y el perro fueron los únicos que transgredieron la orden del Creador de abstenerse de relaciones sexuales dentro del arca durante el Diluvio. Esaú compartía rasgos similares que lo destinaron a servir para la conciencia mayor representada por Jacob. Estos precedentes sobre esclavitud o servidumbre son referencias claras para examinar el cautiverio de nuestros ancestros en Egipto.

Aprendemos de estos pasajes bíblicos que nuestra identidad define en mayor o menor proporción cómo ejercemos el libre albedrío, en torno a qué y a quién servimos, o para qué o para quién dedicamos nuestra vida. En este sentido comprendemos que la saga del Éxodo comienza con los nombres (shemot) de los hijos de Israel como sus respectivas identidades. Estos nombres están mencionados para enseñarnos que nuestra conciencia de quiénes somos y de dónde venimos determina para Quien y para qué vivimos en este mundo, ya sea en el exilio o en nuestra propia Tierra Prometida. Cada pasaje en la primera porción de Shemot revela dos aspectos de la esclavitud: Entre más nos asimilamos a una realidad ajena o contraria a nuestra verdadera Esencia e identidad, más esclavizamos nuestra conciencia a valores, patrones y estilos de vida que niegan nuestro propósito real en este mundo. Irónicamente, como lo hemos venido diciendo antes, a partir de las tinieblas en la realidad ajena del exilio --equivalente a las fantasías e ilusiones materialistas de ego-- nos vemos obligados a buscar nuestra liberación.

Nuestros Sabios dicen que Egipto es el prototipo de todos los exilios judíos, y es por ello que rezamos tres veces al día por nuestra redención de aquel. A pesar de haber ocurrido hace muchos siglos, seguimos clamando al Amor de Dios para que nos libre de la servidumbre bajo las ilusiones del mundo material, derivadas de la conciencia egocéntrica representada por el faraón. No muchos entre siete mil millones de humanos podemos alardear de vivir de acuerdo a lo que deseamos o que nos guste hacer como trabajo para sobrevivir. El lema ideal de “el mejor trabajo es el mejor juego” es un recuerdo remoto de la infancia cuando cortar el césped, pintar la cerca y lustrar los zapatos de papá eran los juegos más divertidos, simplemente porque nos gustaba hacerlo y con cariño. Amor es lo que nos recuerda nuestra verdadera identidad y razón de la Creación de Dios, porque no encontramos significado en nada de lo que hagamos o tengamos si Amor no es su causa y efecto.

Moisés y Aarón se pararon ante el faraón pidiéndole permiso para que los israelitas salieran al desierto para un festival en honor a su Dios, el cual fue negado arguyendo que él no conocía a Dios. Esto porque el faraón, como personificación del ego, cree que él es su propio dios. Nuestros Sabios analizan la palabra hebrea para festival explicando que su raíz semántica significa círculo, entendido como reunión circular de personas dentro del cual el Creador está en el centro. Esto nos invita a discernir nuevamente sobre el círculo y la pirámide como modelos opuestos respecto a cómo nos relacionamos como individuos y como sociedad. El círculo rechaza categorías, niveles, castas, superior o inferior, porque todos somos iguales ante los ojos del Creador, quien nos encomienda seguir Sus caminos e imitar Sus atributos. Este es uno de los principios esenciales del judaísmo, y la Torá presenta a los hijos de Israel como la familia cuyo círculo es la Luz para que las naciones reproduzcan ese modelo. Este es resultado de los caminos y atributos de Amor como proyecciones materiales del Amor de Dios, y lo entendemos al seguir Sus Mandamientos.

Tenemos nombres que identifican lo que somos como hijos de Israel donde sea que estemos. Mientras mantengamos este conocimiento sabremos por Quien vivimos y para Quien vivimos. Se trata de una parte fundamental del legado de José para nosotros, porque él no sólo afirmó que era un hebreo sino que actuó como tal siendo sirviente y siendo gobernante. La afirmación de su identidad lo hizo siempre regir en su entorno como esclavo y como virrey. La conciencia de nuestra verdadera identidad garantiza nuestra autonomía, y esta libertad interna nos conduce a la Redención. Todo lo que somos y hacemos con Amor como nuestra Esencia e identidad es el verdadero servicio que estamos destinados a realizar. El Amor de Dios redimió a nuestros ancestros de la esclavitud bajo los niveles de conciencia inferiores, para hacerlos servir a Él arriba en lo más elevado de nuestra conciencia donde mora la libertad real. Desde ahí servimos solamente con nuestro Amor y por la gracia de Amor como libertad real. 

En esta realización no existe sometimiento a los aspectos negativos de pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos, porque Amor es nuestra libertad y Redención como manifestación material del Amor de Dios: “Harán guerra contra ti pero no podrán vencerte, porque Yo estoy contigo, dice el Eterno que te redime” (Jeremías 1:19) y “Días vienen cuando Jacob echará raíces, Israel retoñará y florecerá, y llenará la faz de la Tierra como fruto” (Isaías 27:6)

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.